Testimonios VI - Cristina, médico de emergencias
Quinta entrega. En esta ocasión una castellariega que nos cuenta desde fuera su experiencia como médico de urgencias. Esta artículo me fue enviado hace algunos días, pero por falta de tiempo y sobre todo porque no nos poníamos de acuerdo con la foto a poner, no se ha publicado antes. Al final se ha puesto una foto de archivo anterior a la pandemia, en la que aparece con sus dos compañeros.
Muchas gracias por tus palabras Cris. Mucho ánimo, esperemos que todo salga bien y que en breve podamos vernos por las calles de Castellar. Mucha fuerza. Venceremos a esta pandemia.
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Mi nombre es Cristina Jiménez, a los que me conocen saben, que mi vocación por ser médico viene prácticamente de nacimiento, soy la hija de Lola, la enfermera.
Mi día a día se desarrolla en una UVI móvil, en Quintanar de la Orden, un pueblecito de Toledo.
En el equipo, que ya es familia, somos 4, dos técnicos, un enfermero y yo.
Desde hace alrededor de dos meses, luchamos contra el enemigo público número 1, el COVID 19.
El turno es de 24 horas, a nuestra llegada a las 9 am, nos preparamos para la peor batalla que hemos librado nunca.
A una distancia prudencial entre nosotros y bien ataviados con nuestras mascarillas y guantes, procedemos a revisar la UVI : monitores, mochilas, medicación y EPIS, (para los que no lo saben, son nuestros equipos de protección individual, esos por los que tanto hemos luchado y aún así no son muy generosos).
Una vez realizado el chequeo, sobre todo de los EPIs disponibles, y si el tiempo lo permite, tomamos una taza de café , el ambiente es raro y tenso, aunque seamos familia, nuestro pensamiento es el mismo “ cuando acabará esto?”.
Sumidos en una falsa tranquilidad, suena el teléfono: “ paciente de 55 años ahogo y fiebre”, taza medio llena en el fregadero, abroche de botas y en marcha.
De camino al lugar, pensamos la estrategia, esa que tanto hemos ensayado, pero que no permite un mal gesto, porque después viene el contagio.
Una vez en el domicilio nos ataviamos con nuestros ya compañeros y muy familiares EPIS, normalmente entro yo, y si se precisa, el enfermero y el otro de los técnicos, siempre garantizando que uno de ellos esté limpio.
El ver a un paciente enfermo y asustado, como si de un astronauta me tratase es raro y frío, pero no tenemos otra manera, el contacto debe ser mínimo, aún así, detrás de todo el material, la mirada lo dice todo.
En este caso tuvimos que llevarnos al paciente , precisaba hospitalización, el trayecto que tenemos hasta el hospital de referencia, es un trayecto árido, pero aún así el contacto a través del doble guante, reconforta al que está tumbado en la camilla, enfermo y asustado.
Tras haber dejado al paciente, hay que desinfectar todo, incluidos nosotros. El técnico que está limpio nos ayuda, desinfectante y mucha calma para no fallar al quitarnos el EPI, tras 40 minutos ozonificando la UVI, volvemos a base, volvemos a estar operativos. Volvemos a la falsa tranquilidad.
Una vez transcurridas las 24 horas, más que el cansancio físico, es el agotamiento mental, es la incertidumbre de lo que va a pasar, y es sobre todo la incertidumbre de estar contagiada y contagiar a mi familia.
Aun así la vocación es mayor que cualquier miedo, y aún así a pesar de todo, seguimos luchando.
Sin duda es la peor batalla que hemos librado nunca. Pero saldremos y saldremos fuertes, y nos volveremos a abrazar.
Cristina Jiménez, médico de emergencias.
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